martes, 26 de abril de 2016

Irrupción...

Moises observa, como siempre lo ha hecho; como es su labor desde hace muchos años, más de los que pudiera contar ahora.. No hay mucho que hacer en este llano inerte, carente de vida, más que cuidar de un pequeño que nunca esta de buen humor.
Desde que fue creado por la imaginación del pequeño que tiene a su cuidado, ha cumplido fehacientemente y ha librado de cuantiosos problemas al que gusta de llamarse Hyde pequeño. Aunque todos los problemas el mismo Hyde los ha creado, Moises -o Moi, como le gusta llamarlo- ha gozado de total libertad para hacerlo a su manera, por lo que ha desarrollado, según él, una autonomía dentro de la personalidad del niño, lo suficientemente fuerte, como para resistirse a sus ordenes. O el pequeño lo ha dejado creer eso. No lo sabe. Sabe que no vive por él mismo.
Moises conoce la historia de su amistad, en el reino de los vivos, con el niño siendo un adulto joven y llegando a una colonia que no conocía. Él fue el primero en hablarle. Y fue la primera y única vez que perteneció a algún grupo, a una pandilla de amigos. Al de Moi. Todos se conocían desde niños, menos él, que llegaba ya adulto. Moi se encargo de envolverlo y hacerlo importante. Y pasaron muchas aventuras juntos. Y sobre todo, Moises sabe que él, en su forma viva, fue la primer persona que le demostró que le importaba su amistad, que le buscaba, que le hizo sentir que era parte de algo importante. Fue quien le enseño el verdadero sentido de la amistad, que no conocía hasta ese momento. Sin embargo, sabe que esos recuerdos no son suyos: son del pequeño. Sabe de su último día como ser humano en el mundo verdadero de su joven amo. Conoce su final a manos de un trágico destino del que ambos jugaron parte. De su último día juntos. De su muerte anticipada por propia mano. Del dolor de su amigo. Y años después, cuando su corazón comenzó a morir un poco, fueron creados ambos mundos, gobernados por cada mitad del ahora fragmentado joven. En uno, el lado gentil, humano. En el lado que amaba, viviría la encarnación más poderosa del amor, cuidando a la mitad Jekyll: al lado tierno. Rafaela, el Ángel de su consciencia. Pero en el otro, un estéril páramo de dolor y odio, necesitaba existir un guardián. Y entonces Moises fue creado, y desde ese momento ha cuidado de este lugar.
Esta mañana el pequeño le ha platicado acerca de algunos documentales que ha visto, de la Segunda guerra Mundial. Y han debatido acerca de las razones del conflicto y aspectos secundarios de este.
Moises le plantea cara. Le rebate sus argumentos. Le critica. Le pone fundamentos contrarios a sus narrativas.
Hoy, sin embargo, observa y se da cuenta de que algo esta mal. El niño esta disperso. Distraído, de pronto, en otros asuntos. Moises sabe que cuando eso sucede, algo esta ocurriendo allá afuera, en un mundo que él no puede más que ver, si así se lo permiten.

–Moi– Le pregunta, por fin, saliendo de su letargo, el pequeño –¿Siempre cuidarás de mi, verdad, amigo?

–Siempre.

–Ha ocurrido otra vez– Dice el pequeño con semblante adusto, preocupado.

–¿A que… te refieres?– Moises entiende. Solo hace esa pregunta, de esa forma, cada que un evento grave, un evento particular, se comenzará a suceder –¿No estarás hablando de…?

–Ya comenzó, Moi. Tengo que salir de aquí…

–No– Moises aprieta la quijada y de un movimiento ágil, da un salto, alejándose unos cuentos metros del niño, que voltea a verlo, como si de mal humor estuviese –No puedo permitirte que lo hagas. Ya una vez estuviste a punto de destruirte….

–¿Yo? ¿Destruirme?– El rostro del niño se arruga por la ira, que comienza a apoderarse de su cuerpo. Su voz se distorsiona y adquiere un tono más grave –Si no fuera por ese blandengue, ya tendríamos todo lo que quisiéramos. No me ha dejado ser. Pero ahora… ahora hay una grieta… ¿No lo entiendes, viejo? ¿Podemos salir, por fin, de aquí?

–¡Tu decidiste que aquí tenías que estar!– Moises comenzó a desatar parte de sus habilidades de pelea. Su joven amo no entendería de razones y tendría que pelear en su contra… una vez más. Pero ahora podía sentirlo. El niño….

La piel del niño comenzó a agrietarse. A romperse, como si no pudiera soportar algo que estaba creciendo dentro de él. No era un espectáculo agradable, más bien era chocante y podía ser hasta asqueroso a la vista. Moises observaba desde la distancia, prudente: Suspiró profundo. Acababa de iniciarse una serie de eventos que, si no cuidaba atentamente  en cada movimiento, podían llevarle a una segunda muerte, esta vez, dentro de la mente del pequeño. El niño comenzaba a cambiar su forma, a crecer. Y así lo hizo hasta alcanzar el tamaño de un adulto. Entonces Moises comprendió. El niño dejaba el paso libre a su forma más desarrollada: la de un adulto de veintiún años de edad. La edad en que él lo conoció. Cuando comenzó todo.
Ahora estaba frente al hombre que no pudo soportar su perdida y lo creó…

Hubo un largo e incomodo silencio. El ahora joven Hyde se encontraba allí, solo parado, con el rostro bajo, como esperando despertar. Moises estaba en alerta. Todo su cuerpo tenso, listo para algo que él ya había enfrentado años atrás y de lo que sobrevivió a duras penas en esa época. ¿Que enfrentaba ahora?

El joven levanto el rostro. Sonrío de forma malévola, viendo fijamente a Moises.

–Hola Moi.

No hubo tiempo de reacción. Moviendo a una velocidad sorprendente, Moises ahora era sorprendido por un hombre de su edad, con una condición que si no buena, era muy robusta. Además, este era su mundo. Aquí el podía moverse a una velocidad majestuosa y podía mover montañas con sus manos. Pero Moises también, aunque su fuerza y velocidad dependían de aquel que ahora lo atacaba fisicamente. Recibió un golpe que lo mando varios metros lejos. Y mientras se levantaba, aturdido, con un dolor creado de la nada, veía a su contrincante maravillarse ante su transformación.

–¡Genial!, ¿no te parece? Me voy a ir de aquí, Moi. Y sabes que no puedes hacer nada, más que tu papel. El que yo te di. Mi amigo, mi creación. Mi guardián.

–Siempre hay una forma, querido– respondo Moises ya levantado y listo para otro golpe.

–Esta vez no. Ya estoy harto. Vendrás conmigo, amigo, lo desees o no. Yo decido aquí.

–No, no puedes. Tu creaste este mundo, tu corazón, para no salir de aquí– Moises buscaba algún signo de duda en el chico, algún atisbo que le diera oportunidad de apelar a que se quedara. Sabía las consecuencias que el simple acto acarrearía en la vida real del joven –Tu tienes que estar aquí, recuerda. Tu creaste todo esto… como una prisión.

–Pero ya no, querido– cerró los puños mientras su rostro volvía a ensombrecerse por la furia guardada –veme. Es tiempo de salir yo. Ya estoy harto. Aquel tarugo no ha hecho más que causarme problemas y ahora tengo la oportunidad de arreglarlo todo…

–¿A que precio? ¿Estas dispuesto a sacrificar su vida y la tuya por ende?– Más era inútil. Habría que pelear. Y no saldría bien librado esta vez.

–Basta. No hay nada de que hablar. Me iré y sabes que no puedes hacer nada al respecto…

–Claro que si…– Moises respiró profundamente. Sonrío como siempre, con ese cinismo que le caracterizaba. Se agacho un poco y se coloco en posición de corredor –puedo dar mi vida por ti– inmediatamente se abalanzo a toda su velocidad, tomando por sorpresa a su rival y lo embistió con tal fuerza, que una gran área del pantano donde se encontraban se alejo de ellos, debido a la onda expansiva del ataque. Ya no había marcha atrás…


Rafaela terminaba de ultimar unos detalles de la habitación 15 de Monica. Y lo sintió. Sintió la agonía de su hermano, allá, lejos donde el corazón de su amo habitaba. Con una gran aflicción levanto el vuelo y después de buscar un buen trecho encontró el cuerpo de su pequeño amor tirado, de nuevo encadenado. Y por más que intento quitarle las cadenas, se encontró con que ya no podía y eso solo podía significar algo. Entonces una voz se escucho tras de ella…


–Hola Ángela– Era el joven Hyde –He salido. Estoy aquí. Y destruiré todo esto…

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