sábado, 20 de febrero de 2016

Como si de beatriz hablara…

Nobilísima señora, dueña de los más encumbrados sentidos que idealizan el bienestar de nuestra santa madre y nuestro glorificado padre; bienaventurada su presencia ante la cuál este humilde siervo de Dios no ha podido sino bajar la mirada en su dulce presencia. Escribo estas palabras de mi corazón llameante de ese amor que solo la naturaleza ha hecho tan puro, como para dominar mi entera existencia y enloquecer cada hebra de cordura que en mi queda.

He dibujado en un lienzo de eterno esplendor, que el Gran Justo admirará cuando yo me encuentre en su presencia, el momento exacto en que mis ojos se posaron en usted por primera vez, cuando aún en mi primera etapa de vida, en mi más tierna infancia, conociese, al verla, el amor preponderante de aquello a lo que uno no puede escapar jamás. Y fue en ese momento, cuando el resplandor de los cielos a los que circunscribiré alguna día la esencia de su maravillosa presencia terrenal, para adaptarla a la forma divina que le dará, por fin, justo valor a lo que usted es, cuando yo quede prendado de mi señora. tanto, que la respiración torno terrible cuando no estuviera dentro de la atmósfera donde mi bella dama no quedara adherida en el mundo de las memorias.

Y fue así que comencé, según creo, mi peregrinaje, que tantas fortunas y desdichas me ha traído. Pero no fue usted quien los provoco en la forma desafortunada que me ha perseguido día tras día… no… usted es la espada flamígera, el suspiro arrebatador que me conmina a levantarme cada inicio del día con el valor y la fuerza de voluntad para enfrentar de forma estoica prueba a prueba de las que mi Señor me envía, dispuesto a probar a este humilde hijo suyo, tal vez para demostrar el inmenso amor que ahora le profeso a usted, tal vez para demostrar el amor que le profeso a él, desconozco sus designios. Más una cosa queda clara ante mi atribulado corazón… Una mirada suya será placer tan intenso que podrían poner frente de mi persona cien dragones, mismos que caerían muertos al instante ante el poder del amor que mi noble dama me provoca.


Cruel trama cuyo desenlace provoca en mi los más locos desdenes; soliloquio triunfal de mis discursos avezados, que en la entera esfera de nueve cielos empíreos que se abren ante la verdad absoluta de quien todo lo ve y nada lo niega, desprende de mi cuanto valor quiera para comenzar cada trayecto como un niño pequeño, con encanto de aprender pero sin la memoria viva de la experiencia que en todos por igual gobierna: defiende mi error por cuanto la manera de su mirada, mi excelentísima dama, pruebe con el endemoniado fervor de lo que oculto bajo cualquiera de estas palabras…

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