lunes, 6 de julio de 2015

De nuevo Mariana...

Esta tarde lluviosa, tan agresiva, tan poderosa en su llanto, me trajo recuerdos de Mariana. No pude evitarlo, solo vinieron a mi como una marejada de sensaciones diáfanas… su sonrisa… su mirada. Me decía tantas cosas cuando me veía y al mismo tiempo me ocultaba todo. Si tan solo me hubiera querido aunque fuera un poquito… tal vez todo hubiera sido diferente en vez de ser lo que tenia que ser.

Cuando llegaban los días de lluvias torrenciales, me encantaba sentarme en algún lugar en solitario y pensar en ella. En su voz, intentaba grabarme en la memoria de forma permanente, como un tatuaje, el timbre de su voz, cosa que solo logré a medias. Sus desplantes de niña, su actitud tan femenina, tan soberbia. Dios… la sigo extrañando tanto… como me sigue doliendo.

Recuerdo perfectamente la vez que pude platicar con ella mucho más de lo esperado. Como recargo su cabeza en mi, mientras veíamos a los demás participar en concursos, sin ningún tipo de intención. Solo era algo hecho de forma tierna. La caminata en la aguja de las bombas de agua. Platicarme de su vida. O de cualquier cosa que en el momento nos dejara a gusto. Hacerla enojar…

Suena en mi cabeza la primera vez que fui consciente de que sentía algo por ella más fuerte que cualquier otra cosa. Un sentimiento que comenzaba, poco a poco, a invadir cada fibra de mi ser. Esa calidez que sonrojaba mis mejillas y me devolvía a un estado de juventud que hacía más de una década había dejado al abandono por tomar mi lugar en el mundo de los adultos. Y la culpa. Por algo que no hice. El llanto que nunca vino a mi por saberla no mía. El dolor de verla con otros y no poder hablar de esto con ella como debía ser. La barrera que ella, precavidamente, colocó entre nosotros, que funciono muy bien para ella, mas no para mi.

Pero sobre todo, recuerdo la última charla seria en una lancha. La frase “Nunca olvides que te quiero” que, irónicamente, aparecería meses después en una novela de Delphine Bertholon. Pero yo se la dije primero. Y sería verdad: en cierta forma, no he dejado de quererla, como la mamá de Madison a esta. Nunca he dejado de culparme por la parte que me toca. Nunca he dejado en mi mente que se vaya. La he retenido un poco, contra su voluntad seguramente –aunque ya hace años debido olvidarme por completo, lo cual es muy triste, por lo menos para mi– y he dejado que su sonrisa y esa mirada de color miel siga dictando parte de mi vida, por la frase que le dije siendo totalmente honesto, tal vez, por única vez en mi vida… Nunca olvides que te quiero Mariana…

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