lunes, 14 de febrero de 2011

A veces...


A veces me detengo en la periferia de los embarcaderos de Chapultepec. Entre las rocas de la cascada artificial me escabullo, sentándome a la sombra de algún pequeño árbol en el lugar y comienzo a observar el movimiento del lago, del bosque, de la gente, pensando en ti. Es como un ejercicio: esa es la idea. El gran plan. No olvidarte y, rememorándote, recordar en el proceso los momentos en que pude convivir contigo y no puedo evitar pensar en que no existía el tiempo mientras estuviste cerca de mí. Que no envejecí en esos instantes, pequeños en el tapiz del tiempo, pero grandes en el móvil de las cosas inmortales.
Y cierro los ojos y comienzo a imaginarte. Lúcida. Esplendorosa. Como te he idealizado desde hace tanto tiempo en el lienzo que es mi mente. Me doy cuenta de que yo aprendí de ti y no al revés, y de que te debo un gran favor y mi vida, pues el breve murmullo que fue tu paso por esta empresa de la que yo también me voy, me devolvió la energía y la esperanza perdidas hace ya bastante tiempo. Y me voy porque ya no soporto la levedad de verme allí y a ti no; de pensar en que nuestro encuentro premeditado por Dios solo era una cruel cuenta regresiva hacia la nada a donde te volviste. De la monotonía de saber que tengo que seguir porque necesito el dinero, sin optar por seguir a mi corazón y ser lo que nunca pude de joven: un espíritu libre completamente, sin ataduras.
A veces me sorprendo caminando a tu lado, sin que existas más que en mi imaginación: siendo una quimera de mis elucubraciones pérfidas, solitarias, de la razón inexistente de quererte y amarte más que a nada. de la interminable agonía que significa el no poder oír de ninguna forma tu voz, de cumplir el capricho de no verte jamás. De morir un poco cada día viviendo con el sentimiento tan patético y tener solo que imaginarme tu andar por el mundo, tan distante del mundo en que yo he vivido casi dos años, traspasando puertas imaginarias para poder escapar, aunque sea solo un momento, del dolor creado en mi cabeza.
A veces le doy la vuelta al lago en ambas direcciones, imaginando que voy a comer y que vas conmigo, tomada del brazo. Que vamos platicando y que me permites hacerte enojar. Que juegas conmigo el juego que nos hizo reír tanto y que soy tu cómplice. Que te divierto. Que me sonríes y que por unos instantes, eres mía y de nadie más, y que soy tuyo, aunque yo todo el tiempo lo soy.
A veces me voy a remar un poco, tratando de recordar las ocasiones en que estuviste conmigo arriba de una lancha. Las conversaciones; las reflexiones sobre los temas que te preocupaban y las charlas sobre tu vida tan singular. Los eventos que me marcaban en ese momento o simples diálogos sobre temas sencillos y que pasarían de largo en nuestro inconsciente.
A veces me siento en los barandales de cualquier muelle y escribo un poco sobre ti. Sobre mí. Sobre cualquier otra cosa, pero eres tú, motor sensible de mi disfunción psicosocial, el que mueve mi pluma a tal velocidad, marcando para siempre el rumbo de mi vida…

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