sábado, 12 de febrero de 2011

Mi amor...

“He descubierto la razón de mi existencia” dice Florentino Ariza a su madre, a propósito de El Amor en los tiempos del Cólera de Gabriel García Marques. Y no puedo estar más en acuerdo con él.
Porqué aquí, dentro de este cuerpo avejentado yo también descubrí el mío hace poco y le he rendido pleitesía eterna. Mi amor arde de fiebre del trópico, delata una mancha voraz que amenaza con tragarse mi cordura; mi amor hiede de dulzura y explota cuál tormenta frenética, con ningún objetivo y todos al mismo tiempo. Mi amor insulta las buenas costumbres, por cuanto nos merecemos ninguna oportunidad de redención, pues lastima. Hiere. Educa. Consiente. Mi amor es puro. Y es mío nada más, para formarlo, para esculpirlo y darle la forma de la amada en cuanto la vislumbre cruzando la puerta de casa.
Mi amor me domina; me entretiene. Se deja querer por el soliloquio cantado a él cada mañana, al amanecer de mi tesitura matutina. Permite que deje escapar una suave tonada de vida o de muerte, según el humor con que se encuentre aderezado en ese momento.
Tiene un aroma delicioso a mar; el ambiente tropical que hace que se deleite mi vista, yendo con el vaivén de las olas, mientras bailo, con mi Angel, al compás de un trío serpenteante. Mi amor se resiste a morir, y mejora su armadura con el paso de los meses. Se fortalece. Se nutre y crece y crece. Se pone en forma y no permite la entrada a extraños. Se recrudece su obstinación por vivir a día su vibrar. Me hace quererla buscar. Salir al paso de lo que siento y gritarlo a los cuatro vientos, para enaltecer su nombre y hacerlo inmortal. Separarla de los mortales y brindarle la longevidad de otros nombres que en el tiempo brindan por su propia historia de amor: Florentino y Fermina. Cleopatra y Marco Antonio. Paris y Helena de Troya. Pero el suyo crece solo, sin la compañía del mío, porque así esta destinado a ser. Y no importando eso, he decidido encumbrarlo sin par, pues su destino es florecer y ser símbolo inequívoco de inspiración para otros espectadores: los corazones rotos, los no correspondidos. Para que ellos, al toque de las trompetas del juicio final, se levanten y reclamen su lugar con las quimeras y valquirias de mundos olvidados, que no por ser par terminen en trinidad malévola.
Mi amor tiene estridencia. Licencia para hacer daño. Y no dejar que se recupere la tierra donde toque la destrucción por venir. Para que solo la naturaleza florezca y permita la irrupción de un breve instante, donde solo yo pueda entrar y colocar, con mis propias manos un monumento a su bravura. A su sencillez.
Mi amor enloquece al tiempo. Violenta las reglas y desafia a los dioses. Los insulta. Les reclama. Les reta. Porque eso puedo hacer por ella. Por este sentimiento: retar a lo más alto con tal de lograr mi propósito de venerar su nombre por siempre. Mi amor, incluso, recupera recuerdos perdidos, y crea los suyos, tan irreales como tranquilos. Me inventa palabras nuevas, mundos imaginarios donde pueda pasar una tarde con la dueña de tal honor. Me hace sufrir, porque me deja tocarla un momento, y luego la aleja, a tal velocidad, que un movimiento mío la lleva a mundos de mí. Me desgasta hasta que no puedo más conmigo, y luego comienza de nuevo, una y otra vez, el juego, que me da alicientes para respirar y servirle no futílmente. Me hace expresar palabras en otros idiomas, para luego blasfemar contra los Dioses del pasado y verlos convertirse en cenizas.
Mi amor es un libro abierto: hereje plegaria que enaltece todos mis sentidos hasta volverlos estrellas de vigor. Contiene todos y cada uno de los secretos del universo, pero no me permite tocarlos… ni verlos. Me frustra de dolor e impotencia al no poder accesar a su inmenso poder, y me deja varado como un simple mortal en la tierra.
Les molesta tanto mi Amor, por que no lo comprender, que hacen hasta lo imposible por pisotearlo, por arrollarlo, para que no se levante, sin saber que con ello lo fortalecen. Lo hacen más poderoso. Lo recrean una y otra vez, porque cada vez que le escupen, me escupen a mí y si algo he aprendido en estas décadas de supervivencia, es que lo que no te mata te hace más fuerte. Y lo que no ha podido matar mi Amor, hasta este momento, lo íra haciendo cada vez más longevo hasta volverlo inmortal.
Pero mi amor es, ante todo, sagrado. La joya más reluciente de las tres que con orgullo he llevado a lo largo de mi vida. La más brillante. La más siniestra. La que más oscuridad ha impregnado en mi alma vil, transformándola en algo más. Convirtiéndome en un nuevo Dios. En un demonio. En renacimiento y cenizas. En dolor. En Amor…

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