viernes, 25 de febrero de 2011

El monstruo

El aliento fétido del monstruo resollaba en todo el lugar, como si fuera una forma de impregnar su esencia y que no se supiera donde se hallaba. El niño intentaba en vano mantenerse quieto. Sentía que todo su cuerpo al temblar, provocaba un ruido insoportable, un faro para que el gigante lo encontrara. Se imaginaba, entonces, que el titán enloquecido le tomaría con sus enormes brazos-garra y lo partiría en dos.
Los gruñidos se sucedían de un lado, luego de otro. A veces, el pequeño permanecía un buen rato en un solo escondite, tras, permanecía unos instantes y de inmediato cambiaba de escondrijo, con la única finalidad de intentar confundir a la bestia. Pero no sabía si estaba dando resultado esa, la única estrategia, pues la criatura llevaba aún más tiempo que él sin mostrarse, sin aparecer. Pareciera que estaba jugando con él. Y ciertamente lo estaba cazando. Él era la presa.
A veces le parecía oír, o incluso, ver, las voces o los cuerpos fantasmales de todos aquellos niños que cayeran presas de la pesadilla que ahora lo seguía, incesante y despiadadamente. Algunos le susurraban, entre cánticos que no alcanzaba a comprender, que se rindiera, que solo se pusiera al paso y que la cosa se encargaría de lo demás. Que se encontraban en un mejor lugar gracias a eso que los había destripado con tanta saña, según el niño viera días atrás en algunos recortes de periódicos y que, furtivamente había visto cuando sus padres no le veían, pues le habían evitado mostrar esas imágenes y, que le atormentaban desde entonces. Todos estos recuerdos se sucedían de prisa en su cerebro, mientras el miedo motivaba a su cuerpo a volver rápidamente a la realidad. El instinto de conservación se suplicaba seguirse moviendo para no ser detectado.
Tenía que pensar rápido, pero cada vez le era menos posible. El miedo dominaba cada hebra de su ser; manipulaba su cuerpo como si se tratara de un simple títere, de formas que jamás hubiera imaginado. Y como estaba en proceso de aprendizaje, pues apenas era un niño pequeño, no sabía que más hacer. ¡Quería llorar, pero no podía! El ser podría oírlo y raudo iría a matarlo. No sabía que más hacer. Sudaba copiosamente, pero no podía controlarse. Incluso pensaba que en algún momento se haría del baño.
Un grito. Espeluznante como podía ser, erizó cada centímetro del cuerpo del joven. El sonido era amplificado de tal forma que no podía adivinar de donde provenía, así que echo a correr. Aún cuando ya era muy noche, su espíritu juguetón, espíritu que lé tenía metido en este problema, conocía bastante bien el lugar. Después de todo, seguido venía a jugar con sus amigos en esa zona tan boscosa. Todo era parte de la amistad entre los chicos del pueblo: era una de las mejores formas de establecer un lazo que los uniera de tantas y tan variadas formas. Y durante generaciones había sido de esa forma. Por ello los padres nunca se oponían a que sus hijos se adentraran en zonas ran profundas del bosque. Pero jamás se había visto criatura alguna que pudiera causar tanto terror. Solo una vez años atrás en que un asesinato causara conmoción en un pueblo tan pequeño, pero debido a que había sido cometido por gente foránea hacia otro de fuera había calmado las aguas y devuelto la confianza paulatinamente a los pueblerinos.
En las últimas semanas fue cuando iniciara el terror. El pequeño no comprendía muy bien: solo quería volver a casa. Sabía que algunos de sus amigos habían desaparecido y sus papás no le decían bien a que se debía. Y después de haber husmeado en aquellos recortes, se enteraba de que habían reaparecido, completamente destrozados. En la mayoría de los casos, con partes de su cuerpo desaparecidas y en algunos casos, se decía que parecía que se las hubieran arrancado a mordidas. Y por mucho que intentara pensar, la concentración se rompía rápidamente, dado el horror de que, en cualquier momento, fuera atrapado por la bestia.
Otro aullido. Se levanto el niño lo más rápido que pudo y echo a correr, ya habiendo perdido el conocimiento del lugar donde estaba, debido al miedo. No quería ver hacia atrás; solo quería salir de allí y no volver hasta que atraparan al monstruo.
Mientras caía al suelo con la pierna destrozada por el golpe que se acababa de asestar, en ese instante, comprendió que él tampoco volvería a ver a nadie. Y mientras lloraba de miedo y dolor, como en una imagen que lentamente te moviera, veía la garra gigantesca acercarse, seguro ya de que en unos días a él también le encontrarían destrozado

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