miércoles, 9 de febrero de 2011

De tu nombre en las aceras (II)

Pienso en ti conforme las gotas de lluvia van pisando cada huella que deshacen, hasta dejar en el puro recuerdo tus pensamientos, pensamientos que no has logrado tener de mí, porque te estoy olvidando y, esa falta de concentración me inhibe a teclear las palabras adecuadas, frente al monitor de mi memoria; hoy es un día frío, e intento taparme lo más posible frente a la inmensidad de la mujer que me habla en susurros, mirando a un costado de ella por si la arrastran por las calles que le dan forma, mientras fuma un cigarrillo encendido y colorea la inmensidad de su cielo; esto es, por supuesto porque no me encuentro en casa… estoy en un hotel, lejos de ti. Y más cerca, porque miento en cada palabra, porque no quiero estar ya contigo, pero algo me empuja a buscarte en cada piedra, en cada guarnición, en cada aliento que la masa informe me evoca. En cada respingo de bondad y en cada mirada de maldad. En la búsqueda imperfecta de algo que no quiere ser encontrado y en la acusación de algo que no quiere ser buscado. Así tú, que te instalaste, tan cómoda, mientras las oleadas comenzaban a llegar de distintos puntos, en una época en que mi crisis final se acercaba lentamente. En una época en que tú también tenías tus propios problemas estallándote, una y otra vez, mientras luchabas heroica, justo como llamabas a tu padre. Creo que eso lo heredo de ti, sabia merced del entendimiento que nos hace soñar con grandes alturas aunque no tengamos pies. Y comienzo, trémulo, a escribir sobre el papel sin vida una historia que revivirá las palabras y las dotara de inteligencia, la suficiente para que ellas vayan descubriendo su camino hacia ti. Y leo perdidamente enamorado de algo que ya no quiero, epigramas de Ernesto Cardenal, intentando resolver el rompecabezas que es mi memoria, por cuanto ha intentado resarcirse, pero no ha podido entremezclarse con la podredumbre que es mi alma. Mi alma: objeto que ya, a veces, siento no me es de utilidad. Pero por alguna razón no se despega de mí. Me obliga a sufrirte. A llorarte, mientras, esplendorosa, te muestras en los más íntimos secretos de tu rostro: pupilas dilatadas, sonrisa nerviosa, inclinando la cabeza en señal de atención e interés.
Me prepararé una taza de café. Hirviente como la ira. Dulce como al amor. Oscuro como la prisa que llevo en mi interior, tropezando una y otra vez. Sorbo a sorbo, mirando por la ventana, antigua, pero remodelada, como si quisieran cambiarle su personalidad, ahora mismo es testigo silencioso de mis pensamientos abiertos, de mis meditaciones habladas. El balcón, pequeño pero confortante da entrada a una vista espectacular, pero conocida desde niño. Y la gigantesca plancha que se abre ante mí, desnuda, solo me muestra parte de su enfermiza prognosis. La secunda el incesante, vehemente, sisear del viento, hasta que llega, tímida primero, luego gritando por todo el orbe su dolor y despecho. Me acosa, me obliga a mirarte de frente, a través del vidrio. Me regaña y me muestra en cada nube la desazón de tu desprecio. Y del mío hacia ti. Pero no impide que vuelva a estallar, esta vez como un pequeño respiro que recorre mis pies cansados por el ejercicio, hasta cubrir completamente, con un hálito calido e indoloro, el total de mi juventud, solo para terminar en la exhalación de tu nombre en mis labios. Y tratando de sobrellevar la furia de la naturaleza aunada a la iracunda tempestad de mi mente, vuelvo a intentar recordar, una y otra vez el sonido que despierta tu nombre en mi interior, respingado paraíso de serpenteantes alucinaciones traídas desde mundos lejanos como el edén del que me hablaban mis padres de bebe. Y renace en mí la esperanza que había muerto hace meses. Curioso que la tormenta de afuera desquiciara mi entorno y lo preparara para tu renacimiento tan fortuito. Supongo que es el destino, mientras me termino mi taza y tomo mi chamarra, listo para seguir la plática allá afuera, en el mundo real…

No hay comentarios:

Publicar un comentario